30 años, 30 libros (parte 1)

Andrea Rivas
7 min readApr 7, 2021

--

Esta semana cumplo 30 años. Honestamente, no tiene sentido. Quiero decir que en mi cabeza 30 años combinan con seriedad, un prototipo de adultez con auto, deudas y enojo. Un trabajo de 8 horas con prestaciones, vestimenta formal y caras largas; salidas los sábados con otros amigos enojados, cansados, que han olvidado y ven incluso como lejano y casi ridículo aquel tiempo en el que iban juntos a conciertos y vestían ropas excéntricas. Mis 30 años no se parecen a esos 30 años. Vivo sola, con plantas y sin gatos. No tengo grupos de amigos, mi trabajo no me exige ningún tipo de vestimenta y no tengo un jefe fúrico del que quejarme. Una gran parte de mi closet sigue siendo ropa que usaba a los 16 años. Mis 30 años no trajeron una revelación fabulosa sino ésta: soy la misma que he sido siempre, quizá más sana, quizá menos histérica y con un par de arrugas g r a v i t a c i o n a l e s. Estoy contenta con mi cabello de colores siempre cambiantes, sigo odiando madrugar, sigo escuchando el mismo rock de señor ya mayor que escuchaba a los 13 y mi más grande sueño en la vida sigue siendo vivir de los libros y un día quizá, aprender a cantar, conocer Londres, comer y odiar los fish & chips y recorrer la ruta de Rayuela en París. Pero los libros, sobre todo los libros.

Para celebrar mi cumpleaños, hice una de las cosas que más me gusta hacer en la vida: listas. Aquí una lista de los 30 libros que han dejado una huella más profunda en mi vida, uno por cada primavera recorrida. Feliz cumpleaños a mí y ojalá disfruten y encuentren alguna lectura nueva, interesante o que al menos se entretengan con mi historia junto a la literatura.

(Aquí la primera parte de mis 30 libros. Publicaré los otros 15 el 9 de abril).

1. El modelo millonario de Oscar Wilde

Este es el primer cuento que tengo memoria de haber leído, aunque sé que leí muchos libros antes de llegar a este relato. Lo que quiero decir esque tengo fijo el recuerdo de volver a casa luego de un mal día de escuela, cuarto o quinto de primaria, sentarme en el suelo de mi recámara con la espalda recargada sobre la cama, tomar el libro de Wilde y encontrarme con este cuento. Recuerdo haberlo leído dos veces seguidas y recuerdo con una claridad casi ridícula haber decidido que Oscar Wilde era mi escritor preferido. Fue ese día cuando supe que mientras tuviera un libro que supiera hablarme de frente, nunca iba a estar sola, incluso si era incapaz de hacer amigos de carne y hueso.

2. The Catcher in the Rye de J.D. Salinger

En uno de esos largos períodos de bloqueo lector, G me recomendó leer este libro. Lo compré pero tardé mucho en abrirlo. No tardó más de una línea en enamorarme: “If you really want to hear about it…”. Sí. No sé quién eres aún pero quiero saberlo todo. Holden Caufield se volvió en uno de mis personajes predilectos para la vida. No hay nada, nada que no me guste de este libro, nada, excepto que, inevitablemente, en algún momento llega el final y me deja con ese vacío terrible de palabras.

3. Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote

No sé cuántas veces escuché en talleres de escritura, en clases, en la vida que tenía que leer a Truman Capote. A mí su nombre me sonaba a noticiero y no me daban ganas. Un día abrí un ejemplar que no sé cómo llegó a mi librero y no volví a soltarlo. Me enamoró cada ínfimo detalle de Holly Golightly, su libertad, su confianza, su buzón con la leyenda “viajera” pero, sobre todo, su búsqueda.

4. La hora de la estrella de Clarice Lispector

Mucho antes de llegar a Clarice Lispector llegué a Helene Cixous. Cuando Cixous hablaba de La hora de la estrella ya estaba yo absorta por la magia de Lispector, aunque nunca me había cruzado con sus palabras. Llegué a ella hasta este último año y entendí porqué. Es un libro de narrativa que tiene más poesía que la mitad de los libros de poesía que he leído en mi vida.

5. La trama nupcial de Jeffrey Eugenides

No tengo idea de cómo llegué a este libro, no hay historia excepto la de un libro que apareció en mis manos y me hizo pensar, entender la dificultad de vivir con una enfermedad mental y ser joven y estar enamoradx y querer todo y no querer nada. No sé explicar qué me atrajo pero recuerdo haber cargado a todos lados con ese libro hasta que terminé de leerlo y recuerdo haber seguido abrazada a él mucho después de haberlo terminado. Es de esos libros que recomiendo y nadie lee, pero que he aprendido a querer como un secreto.

6. Extracción de la piedra de la locura de Alejandra Pizarnik

Hace muchos años, quizá unos doce, la amiga de un amigo compartió en Facebook un fragmento de “La extracción de la piedra de la locura”. Esa tarde lo leí, lo releí, lo copié en mi libreta de citas bajo a un diálogo de Trainspotting y lo guardé hasta un par de años después, cuando lo reencontré en la universidad. Mi copia de la poesía de Pizarnik está desgastada de tanta lectura y relectura, análisis, cita y desgarre. Nunca nada, ningún libro, nube, humano ni viento me había hablado de una forma tan directa y evidente como si viniera desde mí, sin censuras. Alejandra Pizarnik es desde la primera vez, tantas y tantas veces, mi único lugar en el mundo.

7. El manto y la corona de Rubén Bonifaz Nuño

El día que tuve el pdf de este libro, lo leí 3 veces seguidas. Cuando me di cuenta eran las 4 de la mañana y me quedaban 2 horas para levantarme e ir a la escuela. Cuando me di cuenta, acababa de decidir que quería dedicarme a la poesía.

8. Tokio Blues de Haruki Murakami

Mi tío me regaló una tarjeta de librerías cuando cumplí 18 años. Ese día me llevaron a cambiarla y compré Tokio Blues. Estoy segura de que luego de conocer a Midori en sus ensayos de teatro, nunca volví a ser la misma persona. El mundo, desde la primera vez que me crucé con Murakami, se volvió profundo y desconocido, fascinante.

9. El gran Gatsby de F.S. Fitzgerald

Hay libros que duelen por su historia, por su escritura, porque resuenan en nuestra historia propia, porque catarsis, porque sí. Este libro es el libro que más me duele por todas esas razones, y por ninguna, en realidad. En algún punto tuve 5 ediciones distintas. En algún punto de mi vida quise ser Daisy Buchanan solo para saber que aunque sea imposible, existe el amor como un estruendo verde y poderoso.

10. Madame Bovary de Gustave Flaubert

¿Te ha pasado que sientes que eres un personaje y que, a la vez, no tienes absolutamente nada en común con ese personaje? Eso y mi historia con Emma Bovary son la misma cosa. La idea de nunca tener lo que quieres, aunque lo tienes todo, de estar enloquecida por no poder vivir en los libros -incluso, oh ironía, siendo el personaje de un libro y el anhelo demencial de querer ser “la enamorada de todas las novelas, la heroína de todos los dramas, esa indefinible ella de todos los libros de versos”…

11. Nada de Carmen Laforet

Compré este libro porque me gustó su portada blanca y vacía y porque la contraportada me dijo que la protagonista era Andrea, una chica que va a Barcelona a estudiar literatura. Al final no nos parecemos Andrea y yo pero qué maravilla de libro; es de estos donde familia rara, personajes demenciales, escenas cotidianas extrañamente inquietantes.

12. Rayuela de Julio Cortázar

Hay una categoría de libros que no me han marcado ni por su historia ni por sus personajes sino por su sonido, su ritmo, algo mucho menor a la unidad de la obra: un verso, una línea, una cacofonía afortunada que me sacó del letargo. A Rayuela me lo regaló mi mamá cuando estaba en la prepa pero no lo terminé de leer sino hasta la mitad de mi licenciatura. Era un libro a la vez fascinante y fácil de olvidar. Tengo en la cabeza clavadas frases que he leído cientos de veces sin tener ganas de avanzar en la historia. Rayuela me ha ofrecido durante muchísimos años un lugar seguro, con fonemas fantásticos en los cuales resguardarme sin ansiedad, repitiendo imágenes, las mismas desde los 18 años, una y otra vez: “sí, pero quién nos curará del fuego sordo” o el citadísimo capítulo 7 “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano…”, pero también la carta a Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo y las ganas de un día también yo conocer París.

13. El libro del desasosiego del heterónimo Bernardo Soares de Fernando Pessoa

En el mismo grupo que Gatsby, imposiblemente doloroso, he releído este libro desde hace exactamente 10 años un montón de veces. Y, en la misma categoría que Rayuela, son solo unos versos los que realmente termino buscando cuando abro las páginas: “Para comprender, me destruí. Comprender es olvidarse de amar”. Y aunque no es parte de este libro ni de este heterónimo, siempre que tomo este particular ejemplar termino recordando los versos de “Tabaquería” que me llevaron a conocer a Pessoa primero: “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”.

14. La canción de amor de J. Alfred Prufrock de T.S. Eliot

No es un libro completo pero es este poema de Eliot que me cambió la vida una noche en un bar de muchas cervezas y su lectura a gritos entre el sonido de cumbias. Este poema y la certeza de que “and indeed there will be time” han sido, muchas veces, mis más grandes aliados.

15. Bonapartes de Gustavo Osorio

Una cosa es tener un crush, otra cosa es enamorarse. Durante un par de años tuve un crush con alguien admirado a quien disfrutaba ver hablar y existir, hablar de poesía, sobre todas las cosas. El día en que me habló no su voz sino su poesía, supe que ahí era. Fue en Bonapartes cuando me enamoré de G, en su forma de volver humana la historia, de darle ritmo a la vida de un personaje por lo demás aburrido para mí hasta entonces, en la forma de cantarle a una Josefina que no conozco pero que ojalá se pareciera a mí.

--

--