Felices 30
Bienvenida a otra reunión más
dos treinta, no, mejor a las tres,
yo llevo las cervezas
— ¿y para cuándo la boda? reventándome en la cara
será quizá que el problema no sea la pregunta, sino la respuesta
que no es sino otra pregunta ¿habrá alguien
que elegiría con plena consciencia de mí
amarme todos los días de mi vida hasta que la muerte
nos separe amén? ¿habré nacido así, con la imposibilidad
congénita de ser amada?
Y entonces, ¿elegiría yo renunciar a mi libertad? ¿Unirme
por siempre a un espacio compartido, los platos sucios
en los que no comí, un olor ajeno en mi almohada antes de lavanda?
¿Será imposible para los otros amarme con estas ojeras
y esta tristeza que me encorva la espalda y este miedo
que me agota y la gravedad nueva que se aferra a mi piel
y a lo que antes fuera lo mejor de mi cuerpo?
Y me enfurezco ante la necedad de nuevo de las tías,
los amigos, de quererme aferrada a otro cuerpo, a otro apellido
y me enuncio alta, fuerte militante de mi emancipación
y enumero la larga lista de logros personales, de disfrutes
en la soledad de mis pensamientos de ventajas en la familia de una
más el gato que me visita a voluntad y que juega a ser mi familia
— porque ser familia mía es eso siempre, un juego —
y pienso qué grande la vida de Penélope si no hubiese tenido que proteger
las tierras de Ulises, qué fantasía una Garro sin Paz, una Emma sin Charles
y pienso, me convenzo, me reto a creer que es cierto
que soy yo quien así lo quiso, el dedo desnudo, el vientre vacío
yo quien elijo cada día ser la feminista que triunfó,
que yo soy quien elijo cada día, ser mía y sola, sola sola.